viernes, 24 de marzo de 2017

Por qué es casi seguro que NO vivimos en una simulación (1)

Traducción de mis dos últimas entradas en Mapping Ignorance. Esta es la primera.
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Un principio importante de cualquier epistemología social razonable dice que el porcentaje de ideas que son absurdas entre las ideas que suenan absurdas es extremadamente elevado. Naturalmente, un montón de ideas de las que sonaban absurdas han terminado mostrándose acertadas (por ejemplo, la idea de la evolución de especies diferentes a partir de un antepasado común, la idea de que la teirra es un planeta que gira en torno a una estrella, la idea de que la materia está formada por átomos, etc.), pero por cada una de estas "victorias del ingenio contra el sentido común", miles de afirmaciones absurdas han existido y existirá. Esto significa que no te estás comportando como un estúpido reaccionario cuando tildas instintivamente una idea como "estúpida" si ves claramente que contradice al sentido común, sino sólo que tu cerebro está poniendo en práctica un sano escepticismo. Las afirmaciones extravagantes requieren pruebas extraordinarias, y tu escepticismo natural sólo tiene permitido batirse en retirada cuando se empiezan a presentar dichas pruebas.
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Desgraciadamente, bastantes filósofos, en su noble y legítima tarea de poner a prueba los límites del sentido común, han trastabillado a menudo con la recomendación que acabo de poner en negrita, interpretándola más o menos como que "las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extravagantes". Más de un milenio al servicio de la teología, engendrando una serie inacabable de argumentos extraordinariamente sagaces y sutiles sobre la existencia y las propiedades de dios, de los ángeles, de los demonios, de los santos y de las almas, ha dejado seguramente en algunos de nuestros filósofos más capaces una tendencia imborrable a tomarse un poquitín demasiado en serio algunas conjeturas extravagantes. Tampoco tenemos que olvidar que, en lo que se refiere a cuestiones de hecho, las "pruebas extraordinarias" no pueden provenir más que de hallazgos empíricos, y en especial de la confirmación de predicciones acertadas pero muy implausibles. Un argumento meramente verbal, por muy sofisticado que parezca, no puede nunca servir de algo que no sea una tautología. Por tanto, la probabilidad de que un filósofo apoye una idea-que-suena-absurda sólo porque resulta "sexy", más que porque haya razones válidas para apoyarla, tiende a ser probablemente mayor que lo que imaginas.
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Pido perdón por haber comenzado en un tono tan escéptico, pero creo que es un aviso necesario antes de abordar un tema tan cargado de vehemencia intelectual como el que he escogido para esta entrada. Desde luego, Nick Bostrom o Elon Musk no han sido los primeros en dar popularidad a la tesis de que el mundo que experimentamos puede ser una especie de ficción. En la tradición de la filosofía occidental, tanto Platón como Descartes son famosos por sugerir algo así, el primero con su "mito de la caverna", y el segundo con su "genio maligno". Pero la idea tiene aún una tradición más antigua en Oriente (p.ej., el "velo de Maya"). La popularidad actual de la conjetura de que vivimos en una realidad ilusoria debe mucho, por supuesto, a la creciente industria de los juegos de ordenador y a los aparatos de realidad virtual, así como a su difusión en películas como Matrix o Desafío total. Podríamos decir que, hacia el principio de este siglo, el mundo estaba maduro para recibir algún intento de dignificación intelectual de esta moda. ¿Y qué podría ser mejor que una prueba lógica o matemática? Por supuesto, si tenemos en cuenta que gran parte de la audiencia potencial de este argumento son friquis de la tecnología, ese tipo de prueba será mucho más aceptable que un balbuceo cuasi-ininteligible sobre la ontología de los simulacros elaborado por un pedante filósofo continental. Nick Bostrom, por entonces un joven y prometedor filósofo analítico con una fuerte base lógica y matemática, tuvo éxito en proporcionar justo lo que el mundo estaba esperando.
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El argumento de Bostrom, muy resumido, es el siguiente. O bien es extraordinariamente improbable que la humanidad (u otra forma de vida inteligente) evolucione hasta alcanzar la capacidad de crear "perfectas simulaciones cósmicas" (quizá porque tiendan a extinguirse antes de ello), o bien existe algo (un tabú cultural, p.ej.) que impedirá llevar a cabo esas simulaciones, o bien las dos hipótesis anteriores son falsas y por tanto, en algún momento futuro, alguna civilización lo suficientemente sofisticada decidirá implementar un número astronómico de tales simulaciones. Parece que las dos primeras hipótesis pueden ser descartadas como muy implausibles, consideradas como leyes sin ninguna excepción, y por lo tanto es prácticamente seguro que, en algún momento de la historia del universo, alguna civilización alcanzará la capacidad de realizar "perfectas simulaciones cósmicas" casi sin límite (pensemos, p.ej., en ordenadores cuánticos, cuyos bits capaces de llevar a cabo trillones de operaciones simultáneamente), tal vez con el objetivo de "observar" y "experimentar" lo que sucede en dichas simulaciones, o tal vez por pura diversión. Ahora bien, esto implica que, si existen o existirán billones de universos perfectamente simulados, la probabilidad de que el universo que estamos observando sea "real" es ridículamente pequeña en comparación con la probabilidad de que sea uno de esos billones de simulaciones.
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Antes de entrar a analizar los pasos de esta argumentación, te invito a reflexionar sobre un argumento algo parecido. Como dijo una vez Bertrand Russell, es estrictamente imposible refutar la conjetura de que el mundo ha empezado a existir hace justo cinco minutos en el estado en el que se encontraba en ese preciso momento. ¿Implica esto que es igual de probable que el universo observable haya comenzado a existir hace justo 5 minutos, y que haya comenzado a existir en el Big Bang, más o menos hace 13.500 millones de años? Quizá estés tentado a responder que no, pero imagina que, en vez de considerar sólo esas dos opciones, producimos una serie astronómicamente grande de conjeturas alternativas: que el mundo haya empezado a existir hace 5 minutos, o hace 5 minutos y un nanosegundo, o hace 5 minutos y dos nanosegundos, etc., etc. Hay un número astronómicamente alto de posibles momentos en los que el mundo podría haber empezado a existir "tal como era entonces", y por lo tanto, parece que la conjetura de que empezó a existir justo en el Big Bang tiene una probabilidad microscópicamente baja de ser verdadera.
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Nuestra inteligencia se retuerce (con buenas razones) contra esta conclusión, porque la enorme magnitud del número de conjeturas estúpidas que hemos producido artificialmente no hace que cada una de ellas sea ni un microgramo menos estúpida de lo que era cuando sólo teníamos dos conjeturas (una de ellas estúpida, y la otra no). Y la combinación de un número astronómico de conjeturas estúpidas parece que no deja de ser bastante estúpida. Pensamos, simplemente, que es extremadamente más probable que el universo observable empezara a existir con el Big Bang, que no que empezase a hacerlo en cualquier momento posterior "tal como era justo entonces". Y nuestra principal razón para pensar así es que las leyes de la física no tendrían mucho sentido en caso contrario.
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Espero que este último argumento sirva para quitarle un poco del encanto a la "magia de los grandes números" en la que la tesis de Bostrom quiere fundamentarse. En la próxima entrada ofreceré contra-argumentos más detallados, relacionados con el contenido de las premisas del de Bostrom.
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Sigue aquí.

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