sábado, 28 de mayo de 2016

Sobre Philip K. Dick e Isaac Asimov

Este fin de semana se ha emitido el último episodio de la serie "Más ciencia que ficción", en el programa de la UNED en La 2, y en el que hablo sobre Philip K. Dick. Os dejo el vídeo del programa.

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Aprovecho para colgaros también el primer episodio, en el que hablaba sobre Isaac Asimov.
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domingo, 8 de mayo de 2016

El escepticismo, una breve e incierta historia (y 8): ¿tienes religión o cerebro?

Como habréis podido imaginar tras la lectura de las entradas de esta serie, no fue nada fácil convertir el escepticismo en un arma contra las creencias religiosas. Esto no significa que las críticas de la religión no hubieran existido antes de, pongamos, la Edad Moderna. Sin necesidad de mencionar a nuestros adorables griegos, en la Edad Media hubo un puñado de pensadores árabes que no parecían estar nada contentos con la supuesta verdad del Islam. Por ejemplo, el poeta y filósofo sirio Al-Ma'arri (nacido cerca de Aleppo hacia el final del siglo X) criticaba la religión y sus escrituras sagradas por ser sólo una colección de leyendas y cuentos absurdos, pero sobre todo criticaba los creyentes por aceptar los dogmas de las religiones sin someterlos al escrutinio de la razón. Al-Ma'arri llegó incluso a escribir que "los habitantes de la tierra son de dos clases: los que tienen cerebro, pero no religión, y los que tienen religión, pero no cerebro". Como muchos de los autores que encontraremos más abajo, Al-Ma'arri no era un ateo estrictamente hablando, pues no negaba la existencia de dios, aunque probablemente pensaba en la divinidad como un ser impersonal, y rechazaba explícitamente la vida en el más allá. Otros dos casi contemporáneos de este autor fueron los persas Al-Rawandi y Al-Warraq, con ideas semejantes sobre la irracionalidad de la mayor parte de las creencias religiosas. Curiosamente, "Ibn Warraq" fue el pseudónimo elegido para ocultar el nombre real del autor de un famoso libro de 1995, Por qué no soy musulmán.
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En Occidente, las críticas abiertas a la Biblia tuvieron que esperar varios siglos más. Esto no significa que la Biblia fuera leída de modo totalmente acrítico y ciegamente literal. Los padres de la Iglesia y los teólogos habían asumido que las palabras de la Biblia eran usualmente alegóricas, y que contenían un significado trascendente para el que el significado lateral no era a menudo de gran relevancia. También era obvio para los expertos que la Escritura contenía contradicciones patentes (p.ej., en tres de los cuatro evangelios la Última Cena ocurre en jueves, mientras que en el evangelio de Juan ocurre en miércoles), y también era evidente el hecho de que el propio Jesucristo hablaba a sus discípulos a través de "parábolas", de modo que, ¿por qué no asumir que buena parte de lo que dice la Biblia son también algún tipo de "parábolas"? Pero, más allá de estas razones marginales y demasiado técnicas (sólo consideradas por los poquísimos capaces de dedicarse al estudio literal de la Biblia) para sospechar que no todo el texto bíblico podía ser literalmente verdadero, el hecho es que la mayor parte de lo que decía se asumía "por defecto" que era... bueno, la Palabra de Dios, y por lo tanto, la más verdadera de todas las verdades.
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Pero el comienzo de las traducciones y ediciones impresas masivas de la Biblia en lenguas vernáculas, a partir del siglo XVI, así como la proliferación de las disputas teológicas y filológicas, no sólo entre estudiosos católicos, sino entre miembros de confesiones diferentes y rivales, todo eso hizo que más y más gente empezase a sentirse capaz de tener alguna opinión sobre lo que está escrito en la Biblia. Quizá el primer autor importante que se atrevió a publicar en un libro una crítica más o menos sistemática del contenido de la Escritura fue el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), también uno de los fundadores del empirismo y el materialismo modernos, aunque es conocido sobre todo como el padre de la moderna teoría política. A Hobbes lo siguió poco después Benito Spinoza (1632-1677), el abanderado holandés del racionalismo, que era un judío de origen sefardí (muy probablemente portugués). Ambos autores son también importantes por ser los primeros en defender que la religión no debe sólo estar separada del Estado, sino que debe estar sometida a leyes que emanan de las fuentes políticas de la soberanía. No es un dato irrelevante que ambos filósofos incluyeran sus argumentos sobre la Biblia en libros cuyo tema principal era la política: el Leviatán -1651- en el caso de Hobbes, y el Tratado Teológico-Político -publicado anónimamente en 1670- en el de Spinoza. Lo más relevante para nosotros ahora es, de todas formas, sus argumentos sobre la Biblia considerada como un documento histórico; o más precisamente, cómo esos argumentos ayudaron a transformar la Biblia, desde "la Sagrada Escritura", en "Un mero libro más de los tiempos antiguos".
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En su Leviatán, Hobbes usa continuamente la Biblia como una fuente de autoridad y de inspiración filosófica, de manera semejante a como muchos otros autores habían hecho durante los siglos anteriores (Leviatán mismo es, después de todo, una bestia mitológica mencionada en el Génesis, y que Hobbes emplea como metáfora del poder político entendido como la unión de las voluntades de todos los ciudadanos). Pero por primera vez, el autor no se abstiene de discutir la verosimilitud racional de lo que la Biblia dice, ni de ofrecer una interpretación racionalista o naturalista de esos textos e historias, en lugar de una interpretación mística. Por ejemplo, en un famoso pasaje de su obra, Hobbes discute qué tipo de autoridad tendrían los Diez Mandamientos para el pueblo de Israel, teniendo en cuenta que, incluso aunque las Leyes hubieran sido dadas directamente por Dios a Moisés en el monte Sinaí, el pueblo no había visto eso, y tan sólo observó a Moisés bajando de la montaña con las Tablas y diciendo que se las había dado Dios. Según Hobbes, esto implica que, para el pueblo, la autoridad de los Mandamientos tenía tan sólo la naturaleza de una ley política, a la que estaban obligados a asentir sólo por la autoridad política que Moisés tenía sobre ellos, pero no tenían por qué admitirlo como una ley religiosa.
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Hobbes fue también el primero en formular públicamente la conjetura de que Moisés no pudo haber sido el autor (o al menos, el único autor) de todo el Pentateuco, como afirma la tradición, pues en algunas partes el texto se refiere a acontecimientos que supuestamente tuvieron lugar después de la muerte de Moisés. También critica la interpretación de muchas de las historias de la Biblia como ejemplos de acontecimientos sobrenaturales y milagrosos, e inaugura la tradición de interpretarlos como narraciones confusas y magnificadas de fenómenos puramente naturales.
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La aproximación de Hobbes al problema de la "autenticidad" de la Biblia no fue, de todas formas, sistemático, sino sólo un aspecto marginal de su uso de la Escritura como fuente de autoridad para su propio proyecto filosófico-político. De modo similar, otros autores contemporáneos que empezaron a someter a crítica la verdad de muchos otros pasajes bíblicos y la preservación de su contenido litural después de siglos y siglos de copiado, también utilizaron estos argumentos como estategias en sus propios planes teológicos y políticos. Un ejemplo fue Isaac de La Peyrère, un calvinista francés de origen judío que negaba que Adán hubiera sido el primer hombre o que todos los hombres vivos hoy en día descendieran de Noé. O Samuel Fisher, un quáquero que fue el primero en discutir el problema de cómo la transmisión textual de la Escritura podía haber corrompido la revelación. O Adam Boreel, un profesor holandés que afirmaba que Moisés, Jesús y Mahoma eran sobre todo líderes políticos que usaban la religión como un modo e incitar a la gente a seguirlos. La tesis de Boreel fue muy influyente en un libro publicado de modo anónimo varias décadas más tarde (1716), y que llegó a ser muy famoso durante la Ilustración: Les trois impesteurs, una supuesta traducción al francés de un imaginario manuscrito latín del siglo XIII, un texto al que Voltaire dedicó su famosa réplica de que "si dios no existiera, habría que inventarlo".
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Por su parte, Spinoza intentó un enfoque más sistemático y racionalista. También puso sus argumentos al servicio de un proyecto político, aunque muy diferente del de Hobbes: ambos afirmaban que la autoridad religiosa debía estar subordinada al poder del gobierno civil, peor el inglés defendí aun régimen absolutista que usara la religión como herramienta para mantener el poder absoluto del rey, mientras que Spinoza es uno de los padres del republicanismo democrático, e intentó enunciar el uso de la religión como una amenaza para el desarrollo libre y racional de la humanidad. Educado como un judío ortodoxo en la sociedad relativamente tolerante de la Amsterdam del siglo XVII, Baruch Spinoza pertenecía a una familia de mercaderes pero pronto se interesó en el estudio de la ciencia moderna y la filosofía cartesiana. Sus ideas contrarias a la religión tradicional deben haber surgido cuando era muy joven, pues no tenía más de veintidós años cuando fue duramente excomulgado de su sinagoga (o sea, fue vitriólicamente maldecido, y se prohibió a todos los miembros de la comunidad tener ningún contacto con él). El resentimiento de las autoridades religiosas hebreas contra nuestro filósofo debe haber sido tan fuerte que incluso tan recientemente como en en año 2012, el principal rabino de Amsterdam (Pinchas Toledano) rechazó aceptar una petición pública para levantar el anatema aún vigente contra Spinoza.
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Las "absurdas ideas" de Spinoza (para usar los propios términos de Toledano) se publicaron más de una década después de su excomunión, en el ya mencionado Tratado teológico-político, ciertamente uno de los hitos del pensamiento occidental (aunque los filósofos, extraños como siempre son, tienden a mostrar una incomprensible preferencia por su otra obra importante, la póstuma Ética demostrada al modo geométrico). El Tratado constituye el punto de la historia donde el pensamiento racional se libera positivamente del opresivo dominio de los dogmas religiosos. La obra comienza mostrando que la "profecía" (en el sentido religioso de transmitir la palabra de Dios, no el de predecir el futuro) no puede tomarse más que como un efecto psicológico de la imaginación de los llamados "profetas", que no pueden en modo alguno estar ciertos racionalmente (o sea, cartesianamente) de la verdad de lo que la supuesta "voz de dios" se supone que les dice. Spinoza (que por aquel tiempo había cambiado su nombre hebreo a la forma latinizada "Benedictus") pasa entonces a criticar la noción de "milagro", algo que simplemente afirma que no puede ocurrir, por constituir una violación de las leyes racionales de la naturaleza. Esta crítica, digamos "metafísica", no debe ser confundida con el argumento "epistemológico" que presentó casi un siglo más tarde David Hume, o sea, el argumento de que cuando alguien afirma haber sido testigo de un milagro, hay dos posibilidades: que el milagro (una violación de las leyes naturales) haya tenido lugar, o que el testigo se equivoque; puesto que, por definición de lo que es una "ley natural", siempre es más probable lo segundo que lo primero, la conclusión es que nunca podemos racionalmente creer que ha ocurrido un milagro. Spinoza pasa entonces a criticar, como Hobbes había hecho poco antes, la tesis de que Moisés había sido el autor del Pentateuco, pero aplica la misma crítica a otros libros del Antiguo Testamento (Josué, Jueces, y Reyes), los cuales muestra que no han podido ser escritos cerca del tiempo de los acontecimientos que se narran en ellos, sino sólo muchos siglos después.
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A continuación, y de modo más importante, Spinoza introduce la idea de que la EScritura no puede ser vista como una fuente privilegiada de conocimiento, sino sólo como un objeto de conocimiento, es decir, como algo que tiene que ser estudiado igual que cualquier otro objeto que encontremos en la naturaleza (o sea, "científicamente", que diríamos hoy en día). La principal cuestion no es, por tanto, si lo que se dice en la Biblia es verdad o no (lo que Spinoza duda en gran parte), sino por qué dice lo que dice. La respuesta es que la Escritura no debe ser vista como un relato literalmente verdadero de hechos históricos, sino sólo como una exposición de lecciones morales. Este conocimiento moral puede ser alcanzado también por la razón gracias al análisis filosófico, pero la Biblia estaba dirigida (y sigue estándolo, dice Spinoza) a gente inculta que no tenía la posibilidad de dedicarse a la filosofía racional, y para ellos los cuentos alegóricos son una vía de instrucción moral mucho más eficiente que los silogismos. Spinoza no duda de la verdad de estas enseñanzas morales, ni de que pueda decirse que, en algún sentido, tienen "origen divino", pero rechaza definitivamente el poder de las autoridades religiosas y civiles para imponer a los ciudadanos unas creencias u otras, y cierra su Tratado con una de las primeras y más claras defensas de la absoluta libertad de pensamiento y expresión.
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El escepticismo sobre la religión se convirtió, pues, en un importante actor de la escena filosófica en la segunda parte del siglo XVII, aunque, como hemos visto, básicamente ninguno de aquellos escépeticos alcanzaron el punto de negar la principal afirmación de las religiones monoteístas: la existencia de dios. Quizás el primero en hacerlo fue un oscuro polaco llamado Kazimierz Lyszczynski (1634-1689), que fue acusado y ejecutado en la hoguera por escribir un libro titulado De non existentia Dei. El pobre Casimiro intentó convencer al tribunal de que su manuscrito sólo era la primera parte de un libro más largo, cuya aún no comenzada segunda parte pretendía refutar las afirmaciones de la primera, y de este modo probar que dios sí que existe. Aunque no está claro por qué este sensato argumento no llegó a persuadir al tribunal, Lyszczynski ha entrado en los anales sde la historia como la primera persona de la Edad Moderna que fue ejecutada por ateísmo en el sentido actual del término (mucha gente había sido ejecutada como "atea", pero esa acusación sólo significaba hasta entonces algo así como "contrario a la religión oficial", y la mayor parte de los llamados "ateos" eran sencillamente seguidores de otras religiones).