miércoles, 29 de abril de 2015

"Hoy no se fía, mañana sí": Carta abierta a una agencia literaria

No sé en otros países, pero en España es más fácil para un autor novel conseguir publicar un libro en una buena editorial que lograr los servicios de una agencia literaria. Y eso que lo primero no es que sea un juego de niños, pero lo segundo es lisa y llanamente imposible, al menos por la vía que el sentido común diría que es la normal: presentarte a la agencia con tu obra y esperar a ver si les interesa.
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Algunas agencias (como también algunas editoriales, todo sea dicho) cuelgan el cartel de que "no se aceptan manuscritos no solicitados", lo que inevitablemente le deja a uno pensando cómo carajo se las apañarán para descubrir de qué autores les convendría solicitar un manuscrito. Otras agencias le llegan a cobrar al autor por el "servicio" de averiguar si vale la pena hacerle el inmensísimo favor de incluirlo en su archivo de representados. Otras envuelven su "valor añadido" con el papel charol de un "curso de escritura creativa", en el que también hay que pasar por caja (si no por otros sitios), para ganar el premio de un "contacto". Alguna incluso hay aún más consciente del enorme valor que tiene formar parte de su pool de autores, tanto que ha decidido organizar un "premio literario" cuya guinda es convertirte en "uno de los nuestros". El próximo paso, lo veo, será el desembarco en el sector de las agencias literarias de algún grupo empresarial de intermediarios de productos agrícolas, que instale en un polígono de Cornellà o de Fuenlabrada un buen MercaEscritores, en donde la carne de autor novel se malcompre al peso, con todas las apariencias del legítimo funcionamiento del libre mercado.
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En el único caso en el que mis intentos por conseguir los servicios de una agencia literaria me llevó hasta el mísero nivel 3 de la gran maratón (entrevistarte con una agente en persona), la experiencia fue decepcionante. La mujer dio la sensación de acceder a recibirme sólo porque venía recomendado por un conocido común (al que lamento haber involucrado en ese trance), sin por supuesto haberse molestado en siquiera echar un vistazo a la documentación que le había facilitado previamente sobre mi "perfil" ni mis trabajos, y dándome a entender que tenía cosas mucho más importantes que hacer que perder más de cinco minutos conmigo, y que si alguna vez llegaba a tener éxito, pues que me recibiría con los brazos abiertos, pero que hasta entonces... "te quiero mucho, perrito, pero pan, poquito". Por supuesto, no puedo generalizar, pero ese al menos fue mi caso.
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Lo que da la impresión que falta en el mundo editorial hispánico son personas y organizaciones con el empeño y la misión de descubrir y apoyar a los buenos escritores (no sé, a lo mejor tampoco hay buenos escritores y esa es la madre de todos los problemas, pero lo dudo). Todos, y no sólo los agentes, sino también las propias editoriales e incluso los "críticos" literarios, por no hablar del negocio de los premios y certámenes, parecen jugar a la estrategia de "esperar a que salte la liebre de manera espontánea", y se encuentren con la suerte de "haber descubierto" un diamante en bruto. Las grandes editoriales lo hacen como pesca masiva: sabiendo que el recurso más escaso es el "espacio atencional", intentan publicar mucho para dejar el menor hueco posible en los estantes de las librerías a los sellos más pequeños, aunque sepan que, por término medio, cada "producto" vaya a durar muy poco en el mercado, lo suficiente para que no haya pérdidas, tal vez. Alguno de esos libros tendrá la fortuna de encontrar el detonador que inicie la reacción en cadena que le convierta en un superventas, y la estadística hará cuadrar las cuentas de resultados. Los sellos pequeños seguramente se esfuerzan más en detectar la calidad, pero me da la impresión de que la mayoría se han conformado con encontrar un nicho para ir tirando y poco más, y se dan con un canto en los dientes si sacan unas ventas de 5000 copias por título en promedio. De los premios y de los críticos, mejor no hablamos, pues se han convertido en meras herramientas de márketing. Uno esperaría, entonces, que fueran los agentes literarios quienes intentasen dinamizar (o dinamitar) esta situación, pero parece que están a gusto en su postura meramente acomodaticia.

martes, 21 de abril de 2015

Los veinte últimos libros de la lista

Quienes visitabais el Otto Neurath recordaréis posiblemente la lista denominada "Siempre leyendo". En ella he ido micro-reseñando (o nano-reseñando, más bien) los libros que leía desde diciembre de 2009 (aunque no los leyese completos, pero sí sustancialmente). Con los que apunto hoy se llega al número 400, lo que da la nada despreciable cifra de más de 6 libros al mes, o sea, uno y medio por semana.
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Con este "récord" doy por concluida la tradición. Seguramente continuaré anotando los libros en un archivo personal (pues en muchos casos es la única forma que tengo de recordar si los he leído: creo que sería incapaz de apuntar más del 10 % de los libros que leí antes de comenzar la lista; puta memoria la mía), pero ya no seguiré actualizando la lista en el blog. En parte lo dejo por aburrimiento (la sensación que me domina, con mucha diferencia, en los últimos tiempos), y en parte porque cada vez obtengo menos placer de la lectura.
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400. El síndrome del capataz. Juan Urrutia Elejalde. Todo un descubrimiento literario. (8)
399. Expectancy and Emotion. Maria Miceli y Cristiano Castelfranchi. Un aggiornamento de los libros tercero y cuarto de la Ética de Spinoza, por así decir. (8)
398. Hispania, Spania. El nacimiento de España. Santiago Cantera. Interesante, aunque muy sesgado y eclesiocéntrico. (6)
397. Historia de los Godos. Rosa Sanz Serrano. La mejor especialista en el tema, una historia muy completa y sensata. (8)
396. The conversion of Europe. From paganism to Christianity, 371-1386 AD. Muy detallada, exhaustiva y crítica exposición de la información que tenemos sobre la extensión del cristianismo tras el imperio romano. (8)
395. El islam explicado a nuestros hijos. Tahar Ben Jelloun. Muy interesante, con grandes dosis de tolerancia y sensatez, salvo que no da el paso de discutir en serio lo que pasa cuando se quiere abandonar el islam (6)
394. Sapiens. A brief history of humankind. Yuval Noah Harari. Estupenda colección de trivialidades antiintuitivas, muy necesario recordarlas. (8)
393. Evolved morality. The biology and philosophy of human conscience. De Waal y otros (eds.). Un interesante panorama sobre los diversos aspectos evolutivos de la moral. Me ha gustado sobre todo el artículo de Patricia Churchland sobre la neurobiología de los valores morales. (7)
392. La España bizantina. Francisco Presedo. La tesis doctoral de este viejo egiptólogo; podía haber traducido las citas latinas. (6)
391. De natura rerum. Isidoro de Sevilla. Un opúsculo sobre la visión tardoantigua del cosmos, con poco que ver con Lucrecio. (6)
390. The last week. Marcus Borg y Dominic Crasson. Una excelente exposición de lo que podemos suponer que ocurrió durante la última semana de Jesús de Nazaret, basada sobre todo en Marcos. (8)
389. Moral psychology (4): Free will and moral responsibility. W. Sinnot-Armnstrong (ed.). Una colección de artículos sobre el tema con comentarios. (6)
387. Bound. Shaun Nichols. Un ensayo interesante sobre el libre albedrío, desde el punto de vista de la psicología (no neurobiología) experimental, aunque demasiado centrado en el aspecto moral. (6)
386. Consciousness and the brain. Stanislas Dehaene. De lo mejor que he leído sobre el tema. (9)
385. Isidoro de Sevilla. Jacques Fontaine. Interesante introducción a una figura demasiado poco conocida. (7)
384. El librero de la Atlántida. Manuel Pimentel. Sinceramente, esperaba algo más científico y menos tópico. (4)
383. A user's guide to thought and meaning. Ray Jackendoff. Una gozada, magnífica combinación de profundidad y claridad en temas realmente difíciles. (8,5)
382. La aventura de los godos. Juan Antonio Cebrián. Simplón, pero corto y ameno. (6)

381. Alrededor de los libros (y otros ensayos filosóficos). David Cerdá. Tres breves ensayos sobre temas muy diferentes (libros, falacias, y el valor del sacrificio), en la dosis justa. (7)
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lunes, 20 de abril de 2015

Cómo acabar con una discusión escribiendo una tesis doctoral

Hablo con conocimiento de causa, porque lo he hecho dos veces. Soy un miembro de esa rarísima especie formada por las personas que han hecho más de un doctorado (uno en filosofía, en 1993, y otro en ciencias económicas, en 2001, ambos en la Universidad Autónoma de Madrid) y en los dos casos, además de las satisfacciones inherentes al proceso y los beneficios que a largo plazo me aportó la combinación de ambos esfuerzos, no he podido evitar que una sensación inquietante y enojosa terminara dejando un turbio poso en mi conciencia. Por expresarlo en el lenguaje de la rúa (que diría Machado): la sensación de ser un puto gafe.
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Los títulos de las dos tesis doctorales fueron, respectivamente, La verosimilitud de las teorías científicas: investigaciones sobre el concepto de aproximación a la verdad en la filosofía contemporánea de la ciencia (dirigida por Juan Carlos García-Bermejo), y Contribuciones a la economía del conocimiento científico (dirigida por Juan Urrutia Elejalde). Con notables modificaciones, las tesis acabaron siendo publicadas en forma de libro, con los títulos Mentiras a medias (UAM, 1996) y La lonja del saber (UNED, 2003).
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Ambos eran temas que, en el momento de empezar a trabajar con ellos, tenían aparentemente "un gran futuro por delante". El problema de la verosimilitud había sido abordado en primer lugar por Karl Popper, en un escrito que fue recogido en 1963 en su libro Conjeturas y refutaciones, y con el que intentaba formular en términos precisos qué podía significar la idea de que una serie de teorías científicas, aunque todas ellas fueran falsas literalmente hablando, podían aproximarse más y más a la verdad. Curiosamente, la formulación de Popper no recibió mucha atención por parte de los filósofos de la ciencia durante unos diez años, pero en 1974 se publicaron sendas demostraciones de que la formulación era inconsistente, lo que generó un "boom" de intentos, por parte de otros autores, de encontrar una definición de "verosimilitud" más adecuada desde el punto de vista lógico y más útil para entender la dinámica de las teorías científicas. El punto culminante de ese "boom" fue en la segunda mitad de los 80, cuando aparecieron varios libros muy importantes sobre el tema (destacando los de Ilkka Niiniluoto y Theo Kuipers), y que fue justo cuando García-Bermejo me animó a investigar sobre él para mi tesis doctoral (hasta entonces, yo tonteaba con un proyecto sobre la idea de "base empírica" en la concepción estructuralista de la ciencia, algo sobre lo que finalmente publiqué un par de papers más de una década después).
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El caso es que, para gran sorpresa (creo) de mi director y de los miembros del tribunal que me concedió el doctorado, conseguí hacer algo que por aquel entonces (principios de los 90) era absolutamente insólito en el mundillo hispánico de la filosofía de la ciencia: publicar un artículo con el resumen de mis principales ideas sobre el tema en una de las mejores revistas del mundo en el área de la filosofía analítica (Synthèse; el artículo se tituló "Truthlikeness without Truth: A Methodological Approach", 1992). La sorpresa debió de ser mayor teniendo en cuenta que yo nunca había hecho estudios en el extranjero, ni tenido una estancia de investigación en otro país, y ni siquiera había acudido a ningún congreso fuera de España, y para más inri, yo prácticamente no hablaba inglés (en el colegio y el instituto había estudiado francés, y mi inglés se reducía a algunos cursos esporádicos en academias y, por supuesto, a muchas lecturas de libros y artículos académicos). La revisión idiomática de aquel manuscrito ha tenido que ser una de las más titánicas que nunca hayan hecho en la oficina editorial de Synthèse, y recuerdo recibir -por fax- algo así como cuatro o cinco páginas de correcciones. Con suerte, aunque sin haber pisado un aula de inglés más que unas pocas veces desde entonces, ahora mi dominio del idioma ha mejorado lo suficiente para que las revistas no pongan el grito en el cielo al recibir mis manuscritos.
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Pero no era este el asunto del que quería hablar. El caso es que seguí publicando durante los siguientes años algunos artículos sobre verosimilitud, pero, para mi pasmo, el interés mundial por el tema se volatilizó casi inmediatamente después de que me incorporase a la discusión académica sobre el tema: en la segunda mitad de los 90, y no digamos ya a partir del 2000, ha sido poquísimo lo que se ha publicado sobre ello. Sospecho incluso que buena parte de los filósofos de la ciencia más jóvenes ni siquiera han oído hablar del tema, y si lo han hecho, lo consideran como una especie de "intento fallido" que se abandonó por conducir a un montón de dificultades... ¡dificultades que precisamente mi propia teoría de la verosimilitud permitía resolver de manera bien elegante!
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Algo muy semejante pasó con mi segunda tesis. La idea de una "economía del conocimiento científico" fue cuajando en los años 90 como una especie de respuesta a la postura fuertemente relativista conocida como "sociología del conocimiento científico" (posición ésta que afirmaba que los científicos deciden aceptar una u otra teoría en función de cómo de beneficiosa es dicha aceptación para sus "intereses sociales"). Autores como Philip Kitcher y Alvin Goldman pensaron que, si en lugar de analizar mediante teorías sociológicas (en general, marxistas o post-estructuralistas) el comportamiento de los científicos al competir y cooperar entre ellos, hacíamos ese análisis con las herramientas de la microeconomía (es decir, la teoría de la decisión racional y la teoría de juegos), tal vez podríamos mostrar que la búsqueda del propio interés no conducía necesariamente a la falta de valor epistemológico propiamente dicha de los resultados de la ciencia, y que incluso al contrario: tal vez la persecución por parte de los científicos de sus propios intereses (como fama, poder, recursos, etc.) era lo que conducía a que los conocimientos científicos fueran mucho mejores como conocimiento que lo que tendríamos si la ciencia fuera una especie de paraíso altruista. Al fin y al cabo, una de las ideas básicas de la teoría económica es la de que la competencia es lo que lleva a la eficacia en la asignación de recursos. Esta "economía del conocimiento científico" aparecía, así, como una especie de solución mágica que permitiría defender a la vez la racionalidad de la ciencia y el hecho de que, en su día a día y en sus estructuras institucionales, la ciencia es una arena de luchas de poder (a lo Juego de Tronos, digamos); tendríamos gracias a ello lo mejor de los dos mundos, o sea, de los enfoques "racionalistas" sobre el conocimiento científico, y de los enfoques "sociologistas".
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Como en el caso anterior, también logré publicar algunos trabajos sobre el tema en revistas de primera línea (aunque en este caso no creo que nadie se sorprendiera ya), e incluso fui encargado, varios años más tarde, de elaborar algunos artículos panorámicos sobre el asunto para publicaciones del máximo nivel (algo en lo que también fui de los pioneros dentro de la filosofía de la ciencia en España). Pero... volvió a pasar. Tras las valientes intentonas de Kitcher y Goldman, y tras un puñado de trabajos por parte de unos cuantos economistas (y, en cantidad todavía menor, filósofos), incluso los propios iniciadores del asunto dejaron de trabajar en él. Es más, desde 2005 no se ha publicado prácticamente nada sobre el tema, casi con la única excepción de dos o tres artículos míos, y, como en el caso de la verosimilitud, mi impresión es que la mayor parte de los filósofos de la ciencia sencillamente ignoran que existe.
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Así que, ya lo sabéis, si alguien tiene un interés especial en que se deje de hablar sobre un tema, la solución es fácil: por un precio que negociaríamos, estaría dispuesto a hacer una nueva tesis doctoral.

miércoles, 15 de abril de 2015

Tu teoría es estupenda y muy interesante, lo que no está es demostrada

De un comentario mío en el interesante blog filosófico Senderos.

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Por cierto, no quiero que entendáis mis críticas como un síntoma de desprecio al valor INTELECTUAL de ciertas teorías sobre las obras de arte: esas teorías son interesantísimas, sugerentísimas, apasionantísimas, etc., etc. Lo que no tienen es la propiedad de “contar con argumentos lo suficientemente razonables para convencernos de que es INEVITABLE aceptar que son verdaderas y que las teorías que las contradicen son falsas”. Son, en definitiva, opiniones subjetivas e indemostrables (o al menos, indemostradas), interesantes más como “obras de arte” ellas mismas que como conocimientos (en el sentido en que “sé dónde he dejado mis llaves”, o “sé cuál es la fórmula para resolver ecuaciones de segundo grado”, son conocimientos). También admito que se use “conocimiento” en otros sentidos, pero son sentidos metafóricos, y el primer deber del filósofo (me parece a mí) es procurar que los términos los utiliza de la forma que puedan generar MENOS confusiones (lo que no implica que haya términos que se puedan utilizar sin generar NINGUNA confusión, como bien sabéis -me refiero a vuestra última entrada sobre Wittgenstein: recordad también lo de que la función de la filosofía es ayudar a salir a la mosca de la botella, no intentar meterla).

viernes, 10 de abril de 2015

Viva la superficialidad

Un comentario mío a una entrada del blog "Cambiando de tercio", a propósito de una entrevista a Alberto Manguel.

¿"Una sociedad que valora lo superficial", "que adiestra a los jóvenes a ser esclavos"?. Me cago en la leche, ¿en qué planeta se piensa este tipo que vive? ¿Me puede decir alguna otra época y lugar en la que a la inmensísima mayoría de la gente no se la haya "educado para ser esclavos"? ¿Alguna en la que el hecho de que lo que se valorase no haya sido "lo superficial" haya implicado un miligramo más de libertad para la gente que el que hay ahora? A gente como estos los mandaba yo a vivir como vivían mis bisabuelos (no hay que irse demasiado lejos), analfabetos, trabajando la tierra de sol a sol, medio muertos de hambre, acojonados por el infierno, y padeciendo la ira y el rencor de vecinos, familiares y señoritos como el pan nuestro de cada día. Que se metan sus prejuicios de culturetas por donde puedan. Viva la superficialidad y la moderna esclavitud.

lunes, 6 de abril de 2015

Analfabetismo económico

Uno de los hechos más deprimentes que te pueden suceder en twitter es cuando alguien dice alguna burrada, intentas hacerle ver que es un error poco menos que de parvulario, y no sólo el tuitero (o tuitera) sigue en sus trece, sino que además una turba de otros tuiteros se pasan unos a otros la solitaria neurona que comparten para favir y reuitir el mensaje del jumento del principio.
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Esto me acaba de ocurrir con el siempre simpático, aunque nunca lo bastante autocrítico tuitero conocido como "Eterno Primavera". La cuestión es si la última previsión de crecimiento del Banco de España para 2015 es correcta o no. Bueno, correctas casi nunca son, pues suelen fallar por múltiples motivos; más exactamente habría que decir si la previsión está manipulada, y en concreto, si está manipulada por presentarse en términos de crecimiento "real", en vez de "nominal", en un momento en el que los precios están bajando ("deflación"). La tesis de Eterno Primavera es que, como ese 2,8 % de crecimiento se calcula con precios constantes de 2010, y como los precios han bajado desde entonces, "en realidad" el crecimiento es sólo del 0,2 %.
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No sé si el cálculo del Banco de España estará bien hecho (supongo que tendrán un sesgo político para dar la cifra más alta posible y que sea a la vez creíble para un suficiente número de personas e instituciones), pero lo que sí sé es que la idea de que "la comparación correcta cuando hay deflación" es la que se hace entre cifras de PIB expresadas en precios corrientes, es, simple y llanamente, una necedad. El Banco de España (y el Central Europeo, y el ministerio de economía, y todos los núcleos de poder, claro que sí) tendrá todos los motivos que queramos para ayudar al PP y a los ricachones del mundo, pero, en caso de querer engañarnos, lo hará de manera mucho más sutil que cometiendo los supuestos errores criticados por Eterno Primavera [por cierto, que me dice que lo ha visto aquí: unas buenas orejas de burro para Roberto Centeno, pues, quien ni siquiera se da cuenta de que, para pasar crecimiento nominal a crecimiento real, el deflactor se resta, de modo que si el deflactor es negativo, hay que sumarlo].
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Imaginemos, para entenderlo más fácilmente, que el PIB incluyera sólo un bien perfectamente homogéneo (todas las unidades fuesen iguales y se vendieran al mismo precio dentro del mismo año), p.ej., ejemplares de la novela de Lucía Dueñas El tiempo entre basuras, todos ellos de la misma edición, que su precio el año pasado (2014) fuera 10 €, y que se hubieran vendido ese año un millón de ejemplares. El PIB habría sido de 10 millones de euros, obviamente. Si este año 2015 el precio del libro baja a 8 €, pero se venden 1,1 millones de ejemplares, ¿qué pasará con el PIB? Como los precios han variado, es necesario distinguir entre la variación NOMINAL del PIB, y su variación REAL. El PIB nominal de 2015 es de 8,8 millones de euros (ha bajado un 12 %). Pero, ¿ha disminuido realmente la producción de libros en España en 2015 -y por tanto, nuestra producción en general, pues estamos imaginando que ese libro es lo único que se produce- con respecto a 2014. Está claro que no: la producción de libros (y el PIB) ha aumentado REALMENTE un 10 %, pues ha pasado de 1.000.000 a 1.100.000 ejemplares, exactamente iguales todos ellos. Por tanto, para calcular cuánto ha variado REALMENTE la producción en España tenemos que descontar el efecto generado por las variaciones de precios en las cifras de PIB nominal (y esto es así tanto si los precios han subido como si han bajado).
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El analfabeto económico suele reaccionar ante esto diciendo algo así como "pero en 2014 ganamos 10 millones de euros, y en 2015 sólo 8,8 millones". Y la respuesta, como sabe todo el que haya aprobado Teoría Económica de primero, es que las unidades en las que se valora monetariamente una cierta cantidad son irrelevantes: lo importante es cuántos bienes podemos comprar con esa cantidad de dinero. Y en nuestro ejemplo se ve meridianamente claro que en 2014 podíamos comprar 1 millón de libros, y en 2015 podíamos comprar 1.100.000 libros, así que nuestra capacidad adquisitiva real ha aumentado un 10%.
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Lo de los libros es sólo un ejemplo, naturalmente. Los economistas calculan el PIB real de una manera infinitamente más "realista". Lo que hacen es calcular, a partir de la Encuesta de Presupuestos Familiares, una "cesta de la compra" típica, es decir, un conjunto de bienes y servicios que representa, de la forma estadística más correcta posible, en qué se gasta el dinero la gente por término medio (es decir, cuánto nos gastamos por término medio en cada tipo de bien, en un año determinado). Podemos imaginarnos, entonces, que el PIB consiste en el fondo en un solo tipo de producto, sólo que, en vez de ser "ejemplares de El tiempo entre basuras", son "cestas de la compra típicas". Lo que se hace entonces (más o menos), para calcular el crecimiento real del PIB, es la operación aritmética siguiente: ¿cuántas "cestas de la compra típicas de 2014" se pudieron comprar con el PIB nominal de 2014, cuántas "cestas de la compra típicas de 2014" se podrían haber comprado con el PIB nominal de 2015, y en definitiva, cuánto ha variado entre 2014 y 2015 la cantidad de cestas de la compra típicas de 2014" que la gente ha podido comprar? [Es importante que la "cesta la compra típica" que se utiliza en la comparación sea en ambos años la de un mismo año: he puesto el 2014, pero podría ser la de 2015; el caso es que sea una cesta de bienes fija].
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Así que la previsión del Banco de España con la que empezábamos, lo que quiere decir es que en 2015, la cantidad de euros que ganaremos entre todos nos dará para comprar un 2,8 % más que lo que nos permitió comprar en 2014 la cantidad de euros que ganamos ese año. Que la previsión sea acertada o no, y cuán acertada o errada, ya será otra cuestión. Que el reparto de ese crecimiento sea equitativo, o "justo", o no, será también otra cuestión. Pero ninguna de ellas es la cuestión de la que se quejaba Eterno Primavera.
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Por cierto, que el PIB real de 2015 (por cierto, "real" no quiere decir "el que va a ser de verdad cuando lo midamos", sino "el que sea, pero considerado a precios constantes, no a precios corrientes"), que ese PIB real esté medido "a precios de 2010" no quiere decir que el 2,8 % haya que "relativizarlo" teniendo en cuenta la inflación o deflación que haya habido desde 2010. Lo que quiere decir es, sencillamente, que la "cesta de la compra típica" que se está considerando para calcular el crecimiento real del PIB entre 2014 y 2015 es la "cesta de la compra típica de 2010" (y esto es así por la simple razón de que la composición que se tiene en cuenta de la "cesta de la compra típica" se mantiene por hipótesis fija durante 10 años; volverá a cambiarse en 2020). Es decir, que la previsión del Banco de España, expresada con más exactitud aún que lo que hicimos en el párrafo anterior, sería algo así como que en 2015, la cantidad de euros que ganaremos entre todos nos dará para comprar un 2,8 % más de "cestas de la compra típicas de 2010" que la cantidad de "cestas de la compra típicas de 2010" que nos permitió comprar la cantidad de euros que ganamos entre todos en 2014. Para hacer esta comparación es totalmente irrelevante cuánto hayan variado los precios entre 2010 y 2015: lo único importante es considerar una combinación fija de bienes y servicios (la "cesta de la compra típica del año que sea"), calcular cuántas unidades de esa "cesta" podríamos haber comprado en 2014 con los precios a los que estaban las cosas en 2014 y con el dinero que ganamos en 2014, calcular lo mismo sustituyendo 2014 por 2015, y comparar el resultado de ambos cálculos.

[Tras enterarme de la procedencia del error de Eterno Primavera, veo que no se trata de haber tenido en cuenta la inflación desde 2010, sino de algo todavía más burdo: Roberto Centeno, el articulista de El Confidencial del que se ha sacado la tesis del "0,2%" dice "el PIB a precios de mercado ha sido de 0,8% menos el deflactor, que fue del -0,6%. O sea, que la creación de riqueza real ha sido de un escuálido 0,2 %". Esto, sencillamente, es una metedura de pata que le haría suspender la estadística de primero de económicas: El deflactor indica el porcentaje en que suben los precios: es decir, el deflactor es positivo si los precios suben, y negativo si los precios bajan. Si el PIB nominal ("a precios corrientes") ha subido un 10%, pongamos, y los precios han subido un 6 % (es decir, si el deflactor es el 6%), entonces se resta ese 6% al 10% original, para "deflactar" el PIB nominal y convertirlo en PIB real ("a precios constantes"). Por lo tanto, si los precios, en vez de subir, han bajado, lo que tendremos es un deflactor negativo: si el PIB nominal ha subido un 10 % y los precios han bajado un 3 %, entonces el PIB real habrá subido un 13 % (o sea, al 10% original se le resta el deflactor, o sea se le resta un -3%, o sea, se le suma un 3%). Es decir, lo que Roberto Centeno debería haber calculado es justo lo contrario: "el PIB a precios de mercado ha sido de 0,8% menos el deflactor, que fue de menos 0,6%. O sea, que la creación de riqueza real ha sido de un 1,4 % (es decir 0,8 menos (menos 0,6))"]