jueves, 19 de febrero de 2015

Libros que voy leyendo (diciembre 2014 - febrero 2015)

380. How Jesus became god? Bart Ehrman. Lo nuevo de mi filólogo bíblico favorito. Excelente, como siempre, y con un honesto y justificado cambio de opinión: no es probable que a Jesús lo enterraran. (8) 
379. El arte de no decir la verdad. Adam Sobocynski. Una lectura agradable, con sorpredente influencia de Gracián, aunque más bien intrascendente. (6)
378. Minding Norms. Mechanisms and Dynamics of Social Order in Agent Societies. Rosaria Conte et al. Un modelo informático interesante para entender el funcionamiento de agentes normativos. (6)
377. Prohibido excavar en este pueblo. Óscar Fábrega. Una iluminadora (aunque tal vez demasiado prolija) historia del fraude de los templarios, priorato de Sion y demás. (7)
376. The bonobo and the atheist. Frans de Waal. Grato de leer e ilustrativo, como siempre. La moral es millones de años anterior a la religión. (8)
375. Vida de Galileo. Bertold Brecht. Lectura para el colegio. (7)
374. Truth - meaning- reality. Paul Horwich. Una colección de ensayos interesantes, de uno de los principales deflacionistas. (7)
373. La angustia de Abraham. Emilio González Ferrín. Una muy interesante y original visión del desarrollo histórico de las tres religiones abrahámicas. (7)
372. La corporación. Max Barry. Una payasada que me dio por empezar a leer porque me aburría en el avión. (2)
371. Life after faith. Philip Kitcher. Interesante por su carácter dialogante, pero demasiado condescendiente con la religión en algunos puntos. (6)
370. En cuerpo y en lo otro. David Foster Wallace. Una recopilación de escritos sobre varios temas, la mayoría recensiones poco interesantes. (3)
369. Ágape se paga. William Gaddis. Un más bien pedante monólogo interior, que tiene la virtud de ser breve. (4)
368. The Oxford Introduction to Proto-Indo-European and the Proto-Indo-European World. Mallory and Adams. El "estado del arte" sobre una de mis pasiones. Un poco pesado, pero con selecciones que valen la pena. (6)
367. Seis piezas fáciles. Richard Feynman. Ya no me acordaba de si había leído este breve texto que es tan viejo como yo, pero merece la pena, y es interesante sobre todo leerlo en perspectiva cuando habla de lo que aún no sabemos. (6)
366. El impostor. Javier Cercas. Empecé a leerlo con un poco de prevención por la egolatría que a menudo destila el libro, pero al final me ha gustado. (7)
365. La columna de hierro. Taylor Caldwell. Demasiado pesada, ensayística y anacrónica. No aguanté más que una quinta parte o así. (3) 3
64. El difunto Matías Pascal. Una delicia, a medio camino entre Galdós y Thomas Mann. (8)
363. Forecast. Mark Buchanan. Una estupenda, amena y muy asequible crítica del estado de la ciencia económica y su falta de realismo, desde el punto de vista de los avances en la física de sistemas complejos. (9) 
362. Scientific perspectivism. Ronald Giere. Extraordinariamente claro y útil; tal vez un poco trivial. (7)
361. Naturalism without mirrors. Huw Price. Demasiada filosofía del lenguaje para lo que yo buscaba, aunque con capítulos interesantes sobre la noción de verdad. Su "pluralismo funcional", prometedor. (7)
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Libros del 341 al 360.

domingo, 8 de febrero de 2015

La vacuidad de un discurso obsesionado con la corrupción

Un comentario mío a este artículo del diario Público.
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El error está en creer que las denuncias de la corrupción son "lo sustancial". La corrupción es uno de los males de nuestra sociedad, de eso no hay duda, pero acabar con ella no va a sacarnos de la crisis económica por arte de magia, no va a hacer que disminuya el paro automáticamente, que mejore la deuda pública, o ni siquiera que puedan bajar los impuestos. Hay que ser realista y tener en cuenta que reducir el nivel de corrupción en nuestro país (que sólo es ligeramente más alto que en otros países avanzados) traerá algunos beneficios, sin duda, pero también muchos costes: p.ej., los costes de aumentar muchísimo el número de jueces, fiscales, policías, auditores, etc., destinados a perseguir la corrupción; los costes de las inversiones y capitales que huyan del país (aunque a largo plazo puedan volver con creces, porque es más provechoso a la larga invertir en un país menos corrupto); los costes de desbancar a los actuales gestores públicos sin tener nada claro que haya otros que, aunque sean más honrados, lo puedan hacer mejor y con más eficiencia para los ciudadanos; los costes de las inversiones ruinosas a las que los cerebros iluminados de unos nuevos gobernantes cegados por su éxito y por su ideología nos pueden conducir (¿las deudas en las que incurran por ese motivo serán rechazables por los gobernantes que los sustituyan?); los costes de los nuevos focos que corrupción que surjan al calor de la nueva casta gobernante, aprovechándose de la aureola de incorruptibilidad; etc., etc., etc.
No: muchos ciudadanos no nos resignamos a votar por un partido cuya única consigna parece ser la de "o la corrupción, o nosotros". Muchos queremos que, además de eso, Y MUY POR ENCIMA DE ESO, se nos deje claro qué es lo que van a hacer, además de intentar disminuir la corrupción, para que tengamos más puestos de trabajo y con mejores condiciones laborales y económicas, para que tengamos servicios públicos mejor financiados (y cómo los piensan gestionar), para que tengamos un sistema educativo más eficaz en todos los niveles, para que para que la justicia funcione mejor y sea más rápida, para que disminuya la contaminación en nuestras ciudades, para que nuestros investigadores (y los de todo el mundo) puedan y quieran hacer ciencia en España, para que el derecho a la vivienda sea más efectivo de lo que lo es, etc., etc., etc. Tampoco estaría mal saber cómo diseñarían los impuestos, si pagaremos más o menos, o quiénes pagaremos más y quiénes menos, y cuánto.
A base de poemas y de soflamas no se consigue más que enfervecer más a una masa indignada y cabreada, pero no se avanza ni un milímetro hacia la solución de los problemas de la sociedad. Sólo se avanza hacia el encumbramiento en el poder de una nueva casta definida por la pureza ideológica en un credo ingenuamente revolucionario, de la que los ciudadanos tenemos el derecho a no fiarnos ni un pelo de los pocos que nos quedan.